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    Mensaje por Bahar Miér Ago 02, 2017 5:11 am

    Pobre del que hubiese visto este mundo antes de que Maisha, Ahasa y Bahar posaran sus manos sobre él. No había nada. Nada más que roca y tierra árida. Era un desolador paisaje gris y negro, carente incluso de aire para respirar. ¡Pero qué bendición la de los dioses! Surya resplandecía con tanta fuerza que Maisha no podía sentir más que felicidad, ¿Y qué mejor manera de representar su felicidad que dando vida al mundo tan monótono que se había cruzado en sus andares por el gran universo? Aquella primera creación sí que era hermosa. Una delicada planta de flor púrpura, tan grande que incluso Surya podía apreciarla desde su lejanía. Sus raíces fuertes se abrieron paso entre la roca hasta el centro mismo de la tierra, y allí reposó. Pero no existía nada más que Maisha para sustentar su creación, y sin su presencia, pronto moriría. Bahar no sería capaz de ver la tristeza de su hermana cuando su creación fuera portada por las mismas garras de Marana. Así, el gran ser se dejó caer en la tierra, y sumergió todo a su paso en un agua pura y cristalina que fue enturbiada por las profundidades. La primera creación comenzó a crecer, ahora incluso más, y se había embellecido con sus propios galardones; sus hojas se tiñeron de la roja arcilla del norte, y Maisha se gozó de que su creación evolucionara.

    Sin embargo, Marana cada vez rondaba más cerca, pues sabía que tan pronto la Maisha se apartara de su creación, ésta moriría. Pero la diosa de la muerte no era malvada, y entendía la vida. Su gracia se acercó a su opuesta, y un sabio consejo surgió de sus labios: "Tres son necesarios", fueron sus palabras, y Ahasa apareció en el panorama. Su manto cubrió la creación por encima de todo. Su manto protegía las aguas de Bahar, y la hermosura que Maisha había engendrado. Pronto, la creación se extendió, y todo donde era roca y gris se tornó verde. El fulgor de Surya se tornó como una suave caricia para todo el que habitaba en Arkat, y aquél que no podía verle se sumía en un profundo sueño en las tinieblas.

    Arkat era hermosa, y su cielo fue embellecido por la corte de los dioses, Vacsi, que sólo podía ser vista cuando el sol amenazaba con caer por el horizonte. Desde la distancia, todo lo que se puede ver de ella es una superficie púrpura que está en constante movimiento. Las tinieblas de la tierra llamaron la atención de Mensie, pero al acercarse, Ahasa la detuvo, diciéndole que era demasiado peligrosa para Arkat. La luna desde entonces rodea cada noche a Vacsi, solo para deleitarse una vez más con las tinieblas que le fueron negadas.

    La tierra estaba cubierta de color y vida, pero pronto para los dioses todo volvió a ser monótono. La creación estaba dotada de magnificencia, eso era cierto, pero carecía de un propósito. Marana, consciente de esto, posó su mano sobre la tierra, sobre el manto de Ahasa y en las profundidades de Bahar. No hubo rincón en ella que no se llenara de nueva vida, vida que tenía un respiro de la gracia de su creadora; estos seres, dotados de belleza, eran capaces de moverse, alimentarse y comunicarse. Aquellos que nacieron de la tierra tenían cuatro patas, una larga cola y sedoso pelaje. Las del cielo tenían solo dos patas que utilizaban para descansar, y eran criaturas emplumadas de largas alas con las que casi acariciaban el manto de Ahasa. Por último, en las profundidades se habían originado las criaturas más misteriosas, dotadas de patas y aletas, aunque demasiado inmaduras para caminar sobre la tierra, demasiado inquietas para mantenerse en un solo lugar.

    En ausencia de Marana para cuidar su creación día y noche, los gemelos aparecieron. Con su aliento, Si'ane y Bijak regalaron a las bestias de la tierra algo que con recelo habían guardado los demás dioses: la capacidad de razonar. No era difícil para Bijak desarmar cada una de las creaciones que tocaba, y Si'ane los armaba a su imagen. Los gemelos danzaban en perfecta armonía, como si de uno solo se tratase. Ambos se necesitaban para coexistir. Sin Bijak, Si'ane jamás se movería. Sin Si'ane, Bijak jamás se decidiría. Bailaron por la faz de la tierra, desde las cálidas costas hasta el pico más alto, asegurándose de que cada criatura estuviese tan separada como pudiera ser. Fueron hasta las profundidades, y sin miedo insuflaron vida en las misteriosas criaturas del mar también, cuidando de no despertar a Bahar, quien plácidamente dormía en la oscuridad.

    Hubo un momento en el que todos abandonaron la creación.

    Todos menos Bahar, escondido en las profundidades del océano, allá donde ninguna criatura se había atrevido a llegar. Los hijos de los gemelos pronto se habían multiplicado, se habían mejorado a sí mismo con el pasar de los siglos. Los sirénidos y nagas del mar habían adquirido idiomas propios y se habían agrupado en tribus. Los Humanos del sur, los elfos del norte, los Enanos del oeste y los orcos del este también habían evolucionado, cada cual según fueron afectados por los dioses.

    Los humanos del sur fueron los primeros en sentir el aliento de sabiduría de los gemelos. Eran torpes, muy torpes, o lo eran por sí mismos. Esta raza gozaba de versatilidad, y aprendían increíblemente rápido para su corta esperanza de vida.

      Fecha y hora actual: Sáb Abr 27, 2024 6:13 am